DIVORCIADAS por Uka Green | HipLatina

Hace un par de semanas me encontré con una amiga

Photo: Unsplash/@enginakyurt

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Hace un par de semanas me encontré con una amiga. “Niña, ¡te ves divina!”, exclamé. “¿Pero qué te has hecho que te ves tan bien?” Su respuesta fue clara y escueta: “Me divorcié”.

Me lo dijo con una sonrisa pícara, con los músculos faciales relajados, como cuando terminas el período de reposo mandatario después de un facelift.  Es que tengo un grupete de amigas a las que el divorcio, después de reventarles los capilares del corazón, le ha dejado uno nuevo y en espera de vivir amando otra vez. Así que van andando livianas, levitando por la Tierra  sin necesidad de tocar el suelo; disfrutando de un alivio extendido que brotó del preciso instante en que tiraron al suelo la carga que les mantenía con la espalda doblada y descalzas en un sendero de dolores y faltas de respeto. Nada más efectivo para renacer que soltar de un sopetón la bolsa de mierda al suelo.

Lucen espectaculares, relucientes como tazones victorianos en espera de un baño de té. Es que de regreso a la soltería se han tragado la libertad a cucharones azucarados, lo que les ha puesto la piel de porcelana otra vez. Creo que es la recompensa por haber atravesado un tramo inesperado y lleno de espinas, un vericueto curtido que irónicamente les ha sentado bien, maravillosamente bien. Les ha nacido un nuevo cuerpo,  el corazón les late de nuevo, la boca se les hace agua, y los pelos se les erizan otra vez.  Han recobrado la vida. Viven por segunda vez.

Abren la puerta de la vida y salen a la calle con ventaja. De algo sirve tanto llanto…. Los ojos, de tanto lavarse, quedan como un canvas, un pedazo de tela desnudo al que le apetece ser coloreado. Así que miran la vida tranquilas, desde un nuevo podio, con sabiduría, confiadas en que andarán a paso seguro y relamiéndose de gusto.

El trago amargo del divorcio las desvistió de responsabilidad. Al carajo tanta ropa para lavar, el deber de cocinar, la limpiadera y el fregoteo. Uno menos en la casa es eso, uno menos; por lo tanto un descanso más.  La experiencia las cubre de un fino manto de misterio, un aroma a mujer interesante.  Sentirse libres es el mejor tratamiento para las arrugas, para el cuerpo y hasta para el pelo. Algo bueno les tenía que quedar después de arrastrar en angustia su dignidad.

De la suma y la resta de lo que me han contado, lo que más me choca es el trozo de historia que unas y otras comparten: han respirado equis cantidad de años al lado de un ser que ahora les resulta totalmente extraño. Un perfecto desconocido. ¡Qué horror! Toda una pesadilla enfrentarse al desapego, al egoísmo por el tiempo, al afrentamiento por el dinero.

Tan dulcecito en sus comienzos y tan agrio en el final. Tantas palabras bonitas y tantos insultos en el final. Tanto deseo en el principio y tanto desprecio en el final.  Las pupilas se dilatan un buen día y se quedan ahí, atrofiadas, entumecidas, estupefactas ante un monstruo de película que se metió por la rendija de la ventana y se empeñó en destruir la relación, el hogar, y todo lo que a su paso encontrara.

Días, semanas, meses y años, el tiempo de recuperación no va de la mano de las manecillas del reloj. Trota lento, como intentando frotar el recuerdo con minuiciosa perfección; despacio para que no quede nada.  Menos mal que cuando mis amigas divorciadas cruzan la meta y llegan al supuesto final, se topan de frente con un letrero que tiene escrito en mayúsculas la palabra COMIENZO y que debajo las tienta con una alfombra roja como invitación a caminar.

Será por eso que lucen divinas, espléndidas, fantástica, y listas.

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